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La isla de las tentaciones

Para que la política sirva al interés general debe rescatar su dimensión ética y demostrar que resuelve problemas reales y no los artificiales, basados en simples trucos de ilusionismo ideológico. Esa isla de poder conlleva tentaciones como la de mentir: decir deliberadamente lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa que es verdad, con el fin de engañar a alguien.

Arendt (“Verdad y mentira en la política”) expone que, habitualmente, se defienden hechos alternativos. La verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un determinado grupo, es recibida con hostilidad. Un juicio subversivo disfraza la realidad y produce una considerable confusión social, aspirando a destruir mediante un peculiar cinismo: rechazar la verdad científica. Así, se impide cualquier posible vía objetiva de entendimiento.


Como ciudadanos, conforme indica Vallespín (“La mentira os hará libres”), deberíamos sospechar y desconfiar hacia lo que se nos repite o escenifica en el espacio público. Algunos lo relacionan directamente con la imaginación. Quién miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera oír y, simplemente, lo diseña de forma creativa. Afortunadamente, los experimentos políticos lo atestiguan, no se logra un engaño perdurable. Eso sí, en el espacio temporal intermedio, el destrozo puede ser brutal.


Es un error que depende del hablante. No se miente sin querer. Se repite una mentira con la intención de disfrazarla de verdad. Son embusteros, actores por naturaleza, que no tienen problemas para reaparecer en escena, sin decir las cosas como son porque pretenden configurar otras distintas. Como ya observaba Ortega (“El espectador”), la política parece ser el imperio de la mentira. Sin embargo, aunque sea por un despiste, la verdad acaba emergiendo como un corcho sumergido en el agua.


La hemeroteca muestra múltiples afrentas sobre el juego privado calificándole como un irreal “problema de salud pública”. Se han dirigido falsedades con supuestos fines saludables y, hoy, el engaño es electrónico, instantáneo y global generando un daño reputacional irreparable. Lamentablemente, existen engañadores que pueden plasmar en normativas muchas de las injurias y calumnias vertidas, amparadas en tópicos y chismes.



Únicamente pretendo respeto, integridad, coherencia y no recurrir nunca a esas artimañas donde se destila cobardía doctrinaria. Es aconsejable practicar y exigir honestidad. Una dimensión que, a su vez, necesita de otro pilar indiscutible: la responsabilidad. Lo que, continuamente, se exige al juego.


Unas mentiras impactantes, justificadas jerárquicamente, viciadas por narradores y otros palmeros que persiguen instalar una realidad paralela bajo un supuesto buen fin maquiavélico, ejemplificando un gran desencuentro entre la transparencia y la gestión política.


Jonathan Swift (“El arte de la mentira política”) nos muestra tres tipos de mentiras: 1ª) La calumniosa o difamatoria, que tiene por finalidad arrebatar la reputación del adversario. 2ª) La mentira por aumento, que agranda las virtudes del amigo o los defectos del enemigo. 3ª) Y la mentira por traslación, que transfiere los méritos o deméritos del acreedor a otra persona.


Los embaucadores diestros han combinado los tres ingredientes. Entienden la política reguladora como un tema demasiado pasional para respaldarlo con argumentos verídicos, despreciando evidencias que justifiquen un debate equilibrado. Podemos comprobar fácilmente cómo, en asuntos como el juego, se embiste socialmente sin reflexión ni razonamiento certero alguno, salvo parapeto público. La verdad se esconde debajo de la alfombra. Se enarbolan unas premisas teatralizadas, donde las circunstancias reales estorban, creando auténticos fanáticos indocumentados. Como parte de la solución, necesitamos gestores que valientemente afirmen lo que es correcto. Una realidad casi utópica pero requisito necesario para una política decente.


Deben desmadejarse las simulaciones que manipulan a ciertas masas, tan ineptas como fogosas partícipes de sus credos. Es loable que, finalmente y a pesar de sobredosis de desfachatez, queden al descubierto cartas que exponen la insólita audacia de cómo sostener lo insostenible.


En la inestable relación política-juego, suenan constantemente alarmas sociales por este tipo de deslealtades públicas. Una parte no está satisfecha o no consigue saciar razonablemente sus idearios a pesar de cumplirse estrictamente los términos establecidos.


El arte del engaño dirigente no se guía por excesos y sí por un sutil cálculo
. Se sopesa, se destila y se dosifica ante la inexplicable permisividad social. Sin embargo, muchos de los autores citados, acaban advirtiendo a los mentideros que no se crean sus propias mentiras. El compromiso con la verdad es el único modo de dirigir, avanzar y aunar fuerzas para desplegar estrategias adecuadas de mejora para el bien común.


Germán Gusano Serrano


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