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Aquellas inolvidables tardes de bingo... en Venezuela

Hoy, en la distancia, leo como el gobierno venezolano ha dado el visto bueno al establecimiento de un casino internacional en la ciudad de Caracas; más allá de las noticias que se hacen eco de esta inesperada medida, me he detenido en los comentarios de la publicaciones, los mensajes en redes sociales y comentarios de mis círculos más cercanos en Venezuela.
Más allá de las posiciones políticas, de las que prefiero no hablar, porque se trata de un aspecto tan sensible como polémico para los venezolanos dentro y fuera del país, queda demostrado que la liquidez de la economía está en bajos históricos, porque de otra forma Maduro no estaría revirtiendo una de las políticas bandera en la penúltima reelección de Hugo Chávez. Esta, es sin duda una de las primeras percepciones de la población.
También, me consigo con mensajes de júbilo ante lo que podría significar la primera de muchas reaperturas, algo que no solo contribuiría a dinamizar la tan deprimida economía venezolana con nuevos empleos o un mayor atractivo turístico, sino que estaría llenando un vacío en las opciones de ocio legal que dejó el cierre de todos los casinos y bingos en el año 2012.
En mi caso, como venezolana en el exilio, esta autorización me hace evocar las inolvidables tardes que compartía con mi madre en los bingos de mi ciudad, donde las opciones de entretenimiento son por demás escasas; allí, compartíamos cafés, muchas meriendas y conocíamos gente de todas las edades cada vez. También, llegan a mis pensamientos las incontables noches que fui con mi grupo de amigos de siempre a cenar, jugar, compartir, reír sin parar cuando la gente se inventaba los más inverosímiles rituales para ganar o saltar cuando tocaba en mi mesa.
Nunca fui mucho a casinos, pero ir al bingo era mi opción predilecta cuando se trataba de ir a un lugar en el que siempre me trataron bien, podía ir con mi familia o con mis amigos, me sentía a gusto, comía divinamente a precios razonables, tenía parking gratuito muy vigilado (algo muy valioso en un país tan peligroso) y estaba abierto tanto de día como de noche. ¿Qué más podía pedir? Solamente una cosa, que no lo cerraran.

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