Una de las más brillantes escenas de la aclamada serie The Wire de HBO, sobre los gangs de la droga en Baltimore, es cuando el actor Idris Elba, interpretando a Stringer Bell, da una lección empresarial a sus secuaces (aquí), donde realiza un auténtico giro copernicano al decidir centrarse en el producto, en vez de en el territorio, “product motherfuckers product”. Bell es un personaje ambicioso e inteligente, que desarrolla su capacidad emprendedora de la calle, hasta las corporaciones legales. Su estrategia es la mejor, pero acaba como los demás gangsters, asesinado.
Estamos en un momento en que necesitamos cada vez más, regular aspectos muy concretos de nuestra vida cotidiana. La hiperregulacion a veces es imprescindible, pero tiene enormes desventajas. Una de ellas es que pone freno a la innovación disruptiva.
Por otra parte, también es verdad, que los límites a la regulación de producto, son muchas veces un estímulo decisivo, para encontrar pequeñas e ingeniosas invenciones incrementales, como pasa en competiciones como la Fórmula 1. Pero la innovación disruptiva, se cuece en el exterior de los mercados establecidos y de las regulaciones existentes. Hoy en día, en la industria del juego, vemos como en las zonas no reguladas, en países concretos y en el punto com online, se generan nuevos juegos y nuevos modelos de negocio, con mayor facilidad. Eso sí a costa, a veces, de una menor protección del consumidor y en ocasiones, incluso, con operadores lamentablemente irresponsables.
Lo ideal sería regular sólo las funciones esenciales del juego con dinero: pagos, cobros y algoritmo o sistema de juego. La administración como bien hace, debería preocuparse de impedir todo delito y cualquier fraude en cualquiera de los tres elementos, pero también debería desregular el producto y el catálogo de juegos.
¿Sería posible tener lo mejor de los dos mundos? Un juego justo, responsable y seguro para los jugadores, y unas reglas de mercado claras y transparentes para los operadores, al tiempo, que se da una libertad mayor para desarrollar producto, que es, en definitiva, lo que quieren los usuarios. Mi humilde opinión, es que la administración pública debería ser más liberal en los planteamientos de producto: llevar el registro de jugadores y empresas, controlar las transacciones y la fiscalidad, la implementación de los algoritmos de juego a través de los laboratorios, pero también realizar un arbitraje de conflictos de producto a posteriori del lanzamiento, cuando hubiese legitimas denuncias de los jugadores o de los operadores.
Esta es la triste razón por la que el mercado online, estuvo dominado por empresas extranjeras en la era alegal y sigue tristemente igual. No hemos dejado que las empresas españolas, que son las que mejor conocen el mercado, hagan nada original, salvo excepciones, cuando ha bajado la fiscalidad o un subsector ha entrado en dificultades. Ya no se puede competir en producto con los líderes internacionales. Puestos a regular, nos hemos olvidado de regular también a los distribuidores de juegos y hemos matado a la industria nacional. Dudo que en 10 años, haya un solo fabricante nacional de máquinas B o de juegos online. Tanto preocuparnos por defender al pequeño comercio, ante las grandes superficies, pero en el juego no.
Venimos de una regulación presencial demasiado basada en el territorio, que quizás tuvo sentido hace muchos años, pero ya no, y hemos sometido al online a un modelo parecido, pero que a la larga es insostenible. Los esfuerzos por crear una liquidez europea del póker online, después de haber hundido este negocio, demuestran, que no se han hecho nada bien las cosas.
Es el producto. El producto es lo que importa. El producto es la base del negocio, y hay que dejar a los que saben de ello, que lo evolucionen y que creen nuevas categorías, o existe el peligro, que algunos de ellos acaben como La Quiniela, ejemplo paradigmático de cómo no debe gestionarse un producto, y acabar sin negocio y sin impuestos.
Los desafíos, que la tecnología y los nuevos consumidores como los millennials, provocan a los mercados, también afectan de lleno a los organismos reguladores como concepto mismo. Con un algoritmo como la blockchain, una dirección de juego, se hace totalmente prescindible, y un sector como el del juego podría ser completamente autoregulado, sin necesidad de una autoridad central, supliendo todas y cada una de las funciones, con mayor eficacia si cabe. Quizás aquí, en vez de entonar el manido “Spain is different”, deberíamos reconocer que “Spain is the same…”.
Como dice Stringer Bell: “territory ain't gonna mean shit if your products weak you got niggas ridin around in Japanese and German cars in America all day”.