La segunda entrevista que hice en mi carrera de periodista fue a Alejandro Amenábar. Y la consumamos en un bar. Digo la consumamos, porque el primer intento fue en su casa, cuando vivía en la Calle Pez de Madrid. Se me rompió la grabadora. Se deshizo en bricolajes para intentar arreglarla, pero desistimos. Aplazamos la entrevista a otro día para comer en un bar del barrio de Malasaña, lugar donde él hacía media vida. Me acuerdo muchas veces de aquella entrevista donde me contó cosas geniales. Poco después le dieron tropecientos Premios Goya que los dedicó a la gente que le estaba viendo en ese mismo bar mientras él era reconocido para la posteridad. Los bares, nuestra vida, el calor de las barras, el bullicio, el camarero que sabe lo que quieres. El bar, no es solo la mitad de la vida de Amenábar, es de la de todos. Por eso también Alejandro Amenábar ha sacado un bar en su anuncio de la Lotería de Navidad. Y con él, los churros, el chocolate y la alegría de la comunión colectiva, de saberse reconocido y bienhallado.
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