“La madurez del hombre es haberse reencontrado, de grande, con la seriedad que de niño tenía al jugar”, (Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y el mal, 1886).
Estamos pasando un valle de lágrimas en el sector y no precisamente por la pandemia. Ninguno de los argumentos jurídicos o empresariales podrá nunca convencer a los enemigos del juego. Cuando más razonables y mejores son, peor son considerados por aquellos que piensan que el juego no hace parte de sus vidas. No estamos hablando ni del juego responsable, ni de aquellas personas afectadas por los problemas del juego, sino de la opinión pública, y especialmente de los políticos y de las ideologías.
Los extremos políticos del arco parlamentario, son aquellos que consideran al juego como algo indigno. Las raíces culturales que lo explican, se remontan a nuestra tradición judeo-cristiana, donde el dinero siempre ha tenido una percepción negativa. Jesús de Nazaret despreciaba a los comerciantes y al dinero en general. Judas, el traidor, se vendió por dinero. La escisión protestante cambió la percepción del dinero, sosteniendo que es posible la salvación mediante el trabajo y el emprendimiento, lo que cambió la consideración del dinero en positiva. Esto explica porque el juego está menos estigmatizado en los países anglosajones -con excepción de las corrientes puritanas- y también en Latinoamérica, donde existe una clara influencia norteamericana a nivel cultural, más allá de lo político. En cambio, en los países del sur de Europa y en general en los países católicos, existe un rechazo cultural del juego por cantidades. Esto no solo incluye a los católicos más conservadores, que lo consideran un vicio, sino también a la extrema izquierda, que lo considera una aberración para empobrecer a la población inculta. A nivel cultural, la extrema izquierda ha querido sustituir el catolicismo en todos sus ámbitos, incluso en la moral, más allá de lo que dijeron sus padres ideológicos. Pasó en la Guerra Civil y sigue pasando hoy en día. Hay muchas ideas de la izquierda que pertenecen a nuestro acervo cultural católico, se reconozca o no.
Aunque el rechazo al juego es algo irreflexivo y limitado a parte de la sociedad, lo que vemos como problemático e instrumental, es el gran oportunismo de las élites políticas, que probablemente, ya no creen en nada -a parte de ellos-, ni siquiera en nosotros, el pueblo. Por eso, se les escapa que el juego está inscrito en la esencia humana. Muchos autores como Eugene Fink en su obra “Fenómenos fundamentales de la existencia humana”, Johan Huizinga en “Homo Ludens” o el mismo Nietzsche en “Más allá del bien y el mal”, han explicado cómo el juego es indisociable de la idiosincrasia del ser humano. El mismo funcionamiento del cerebro indica que hacer una cosa o imaginarla, activa las mismas neuronas. Es como si el ser humano estuviera siempre jugando. La diferencia entre realidad y simulación, entre actividad y juego, sería que las personas ponemos en suspensión el “Principio de razón suficiente”, es decir, el que algo sucede en virtud de una causa determinada como afirma Cristóbal Holzapfel en “Crítica de la razón lúdica”.
Lo que no han entendido los políticos es como dice Huzinga “el juego en sí, ...se halla fuera de la esfera de las normas éticas. No es en sí ni bueno ni malo”, (Homo Ludens, p270), incluso, el juego por cantidades, que siempre ha existido desde la antigüedad, está basado en el prejuicio fundamental que el dinero es algo malo, algo que se debe suprimir. Sin embargo, no podemos pensar que el dinero es algo malo, porque el dinero es valor y el comercio la manera de intercambiarlo. Si queremos una silla, o nos la hacemos nosotros, o pagamos a alguien que ha ocupado su tiempo en hacerla. Eso no es ni malo ni bueno, es una interacción social. Hay cosas malas en el dinero, por supuesto, los abusos, pero no la esencia en sí.
Por tanto, si para los enemigos del juego es malo ganar dinero, el vil metal, peor es ganarlo por habilidad, y no digamos ya, por la suerte, sin razón alguna, ya que ello compite directamente con el rechazo del trabajo, de la extrema izquierda. El dinero debe darlo el Estado. También es difícil pensar, que apostar cantidades puede ser algo extraño. Tenemos la cultura de la porra, el “que te apuestas”, aunque sea una cena, está también en nuestra cultura.
Los enemigos del juego son pocos, pero poderosos y bien organizados. Son unos fanáticos del control social y no estamos entendiendo la magnitud de la amenaza. Se mueven entre el prohibicionismo y la titularidad estatal del juego. Es un fenómeno global globalista. Pero la realidad es otra cosa. ¿Quien no se la juega?